“El Cáncer de Chile” Columna Septiembre 2021, Revista Cámara de Comercio de Santiago

Mauricio Peñaloza C.

“El Cáncer de Chile”

“En la pantalla de la audiencia judicial laboral por Zoom no se alcanzaba a ver la muleta ortopédica, pero el trabajador demandante hacía esfuerzos y la ubicaba frente a la cámara para que se viera por lo menos parcialmente.

Hacía un año que el mismo trabajador les había contado a sus compañeros que estaba instalando un almacén en su casa y que quería dejar la empresa, pero no quería “perder” la indemnización por años de servicio, ante lo cual y por mera coincidencia comenzó a sufrir lumbagos, según él por causa de la silla de la grúa que manejaba, pese a que la grúa era nueva y con silla ergonómica.

Las licencias médicas del trabajador comenzaron a ser rechazadas y la mutualidad respectiva al analizar el caso emitió un informe categórico resolviendo que no había enfermedad profesional alguna.

Pese a ello, el trabajador tomó la decisión de autodespedirse y demandar laboralmente por un supuesto incumplimiento grave del empleador ante su dolencia lumbar, producto de lo cual se celebró la audiencia laboral donde el trabajador, pese a su “doloroso lumbago”, hacía esfuerzos y contorsiones para lograr que la muleta apareciera en la pantalla.

La audiencia laboral como cientos de otras terminó con un acuerdo, ya que la empresa, para terminar con dicho juicio laboral, ofreció pagar una parte de las indemnizaciones y el trabajador aceptó, probablemente para terminar de instalar su almacén.

Esta historia es la que vivió, tal cual, recientemente una empresa y probable y lamentablemente la que se vive a diario en diversos ámbitos de nuestra sociedad y que forma parte de la discusión política, jurídica y ética que estamos teniendo.

En una sociedad sana los actos de cada uno de sus miembros deben ser analizados y valorados según su propio mérito, independientemente de quien los ejecuta, por el contrario, en una sociedad enferma los actos son analizados y valorados dependiendo de quien los ejecuta.

Si quien simula, falsea e inventa una enfermedad es de los míos, da lo mismo, siempre habrá una buena razón para justificar el acto indebido e incluso para sacar más provecho de ello.

En el caso laboral que narraba: el trabajador ganaba poco y necesitaba los recursos para su emprendimiento, por lo cual tenía pleno derecho a inventar su enfermedad, demandar a su empleador y usar indebidamente a los tribunales de justicia; era una víctima de nuestro injusto sistema económico y social. ¿Suena conocido?

Lo mismo se aplica a los retiros de fondos de las AFP; a postular indebidamente a bonos sociales cuando no se reúnen las condiciones; a autorizar firmas ante un notario fallecido para ser candidato presidencial y a ser electo miembro de la Convención Constitucional representando dramática y falazmente a los enfermos de cáncer, entre tantos otros tristes ejemplos.

El reciente caso Rojas Vade, atribuyéndome conocimientos médicos que no tengo, es verdaderamente un cáncer, pero no personal, sino social y con pronóstico reservado.

 

Ojalá fuera un hecho aislado, pero no lo es, ya que día a día y por largos años hemos ido debilitando los cimientos éticos de nuestra sociedad y creemos que una nueva Constitución y nuevas instituciones meramente formales nos sanarán de nuestra enfermedad.

Las instituciones que verdaderamente forman, mantienen y desarrollan a una sociedad no tienen estatutos, representantes, presupuestos ni domicilios, sino están constituidas en su ethos y cultura social.

La propia medicina ha ido incorporando perspectivas sistémicas y holísticas que apuntan al origen autónomo y endógeno de las enfermedades, respecto de las cuales cada uno es el principal agente generador y no factores externos.

En la sociedad se aplica exactamente lo mismo, somos los causantes principales de nuestras enfermedades sociales y si creemos que una píldora mágica nos sanará, seguiremos enfermos por largo tiempo.

Partamos por exigir en nuestro entorno familiar, laboral y social las conductas que nos vayan sanando paulatinamente, aunque tengamos que interpelar a nuestros cercanos y no aceptar la clásica respuesta: “pero si todos lo hacen”.

Septiembre 2021.

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